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Mostrando entradas de enero, 2014

Decisiones

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Respiró profundo, se caló el sombrero y salió decidida a conquistar el día. Los vientos alisios provenientes del sur la hicieron dudar. Sus pasos perdieron vigor, relajó los hombros y miró hacia el piso; el sombrero cayó al suelo. Dio media vuelta y regresó al hogar. Sergio F. S. Sixtos

Revelación

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El último jefe SS abrió la boca y una bala le atravesó el cerebro. Abrió los ojos y un demonio sonriente, le mostró el infierno. Sergio F. S. Sixtos

Acto de amor

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Lo besó suave, despacio… sólo un dejo de amargura se coló por su corazón. Hizo a un lado al maniquí y siguió limpiando el aparador. Sergio F. S. Sixtos

Día de caza

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 El cazador de cabezas blandió la espada y la cabeza rodó por el suelo. La tomó por el cabello y la levantó curioso. Observó —como siempre lo hacía— la luz que escapaba por los ojos; el rictus de sorpresa, congelado para siempre en el rostro. La sed de sangre lo movía, sentía la energía desbocada recorrer todo el cuerpo, los músculos tensos y poderosos. Un hombre corrió hacia el bosque. El cazador de cabezas respiró profundo. Fue una presa fácil, sólo alcanzó a correr unas cuantas varas. El cazador de cabezas corría distancias imposibles de alcanzar por hombres comunes. Estaba entrenado para afrontar cada uno de los retos que la presa podría brindar. Abrió el morral y arrojó la cabeza junto a las otras seis. Limpió la espada de acero —templada en sangre de esclavos—, en el torso de la presa, que aún se convulsionaba por la agonía de la muerte. Alzó la vista al cielo y agradeció a los dioses por los trofeos obtenidos. Montó su corcel y miró hacia atrás, la aldea de leñadores ardía y ot

Cinco pesos de golosinas

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Había comprado cinco pesos de golosinas. De camino a casa y con una sonrisa en su rostro. ¡Cinco pesos! Una flamante moneda, era el pago por el día de trabajo. No era una tarea fácil cortar el césped. Hundir las rodillas en la hierba húmeda. Cortar de diestra a siniestra. La mañana fresca había salpicado con gotas de roció una telaraña tejida entre los arbustos. Miró con curiosidad buscando a su inquilina: se asomó bajo una hoja una araña amarilla salpicada de motas rojas. Dientes de león volaban como las hadas de los cuentos. Los pajarillos trinaban insolentes ocultos entre el follaje de los árboles. La hierba la guardó en un viejo costal de yute. El jardín era un lugar mágico y ella lo sabía.  Llevaba bastones de caramelo, chocolates crocantes envueltos en verdes papelillos, fruta confitada y nueces enchiladas. Todo lo que se podía obtener con cinco pesos. Camino a casa se encontró con una vieja marchita acompañada de un niño cubierto de mugre y mocos. Solicitaban limosna a lo