El cine
El calor del medio día en La Habana condujo los pasos de
Ramoncito Blas y un servidor en busca de helados, la fila era infame, no tenía
ánimos para tostarme bajo el sol asesino.
Ramoncito sugirió ir al cine, se proyectaba una película de
Pedro Infante, acepté y en una hora ya estábamos arrellanados en la butaca,
Ramoncito era un barril y apenas cabía en el asiento y tenía tres días sin
bañarse (por los cortes de agua habaneros), tenía la peste, estaba acostumbrado
a esa característica de mi amigo, en ocasiones era una bendición como el día de
hoy, los vecinos se retiraron dando voces y llamándolo grajo, Ramoncito no se
quedó callado y vociferó insultos demenciales en contra de los críticos. Como
recompensa a los improperios conseguimos asientos libres a diestra y siniestra.
La película se proyectó (la burocracia cubana permeaba hasta en el cine) con
una hora de retraso, Ramoncito dormía, un par de codazos y ya lo tenía de
vuelta en este mundo.
La cinta la había visto varias veces, pero no me importaba:
“Deja que salga la luna, deja que se meta el sol, deja que caiga la noche, pa'
que empiece nuestro amor…”, cantábamos junto a Pedrito Infante; los vecinos
comenzaron el titingó así que por bienestar físico tuvimos que callar.
Lilia Prado me miraba con ojos soñadores y yo seguía
cantándole bajito, un susurro solo para ella…, la sala quedó a oscuras, la
rechifla y maldiciones por esos apagones planificados por el gobierno
comenzaron a sonar.
Salimos del cine sintiéndonos charros, con espuelas y
tremendas pistolas colgadas del cinto. Nuestras monturas eran briosos corceles con
sillas adornadas con filigrana de oro y plata. Nos montamos en la guagua y yo
grité: “¡Arre!”
Sergio F. S. Sixtos
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