Cisma

Abracé al hombre marchito, de piel ceniza y alas rotas. Besé sus labios secos y lo miré a los ojos aún chispeantes. No creo en ti, dije y lo arrastré hacia el agua y hundí su cuerpo y él se dejó morir. Murmuré sin derramar una sola lágrima: “Ángel de mi guarda, dulce compañía…”

Sergio F. S. Sixtos


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